17 de noviembre de 2009

La cuadrícula en discusión:
Prácticas espaciales y cartografía urbana el Perú tardo colonial (1)

Una creciente literatura estudia la ciudad desde una doble dimensión: físico-geográfica y cultural. La primera alude a aspectos como la morfología urbana, comprendiendo edificios, calles y espacios urbanos. La segunda dimensión, corresponde a los valores, las actitudes, la vida social, las interacciones y la dimensión simbólica de la urbe, como espacio de construcción de significado.[1] De acuerdo a esta perspectiva, podemos entender la morfología urbana reticular o cuadriculada, como uno de los referentes más poderosos en torno a los discursos del orden y del poder.
Tal trazado ha sido asociado al desarrollo de diferentes formas de civilización y poder: la ciudad clásica, la ciudad hispanoamericana, la ciudad anglosajona, bajo diversos discursos y contextos.[2] En el espacio colonial hispanoamericano, el damero o cuadrícula estuvo asociado a conceptos como orden, control, poder, constituyendo el epítome del proyecto urbano colonial, cuyo centro representado por la plaza mayor, constituía el vórtice del espacio urbano, a partir del cual se difuminaban los valores de la ciudad letrada.[3] Una forma de discusión del sistema colonial puede encontrarse en el cuestionamiento de la morfología urbana oficial, a partir de estrategias como la tergiversación o alteración de la cuadricula, su símbolo más potente, es decir, discursos y prácticas espaciales que buscaron discutir la institución urbana y el orden colonial, empezando por el ordenamiento físico y espacial.
En el espacio virreinal peruano la trama cuadriculada se aplicó en diversas instancias y ámbitos: villas y ciudades de españoles, reducciones o pueblos de indios y más tarde, durante el siglo XVIII, en la extensa fundación de ciudades asociadas a la política de Nuevas Poblaciones. La cuadrícula estuvo presente permanentemente en la construcción urbana del poder virreinal, constituyendo un referente, un instrumento, un signo que propició la difusión y la reproducción del orden colonial.[4] Su trazado hablaba de prácticas espaciales que procuraban afirmar autoridad sobre el espacio urbano, procurando una correspondencia entre discurso y morfología urbana. La cuadrícula hispanoamericana en este sentido, nos remite a los valores de la especialidad moderna, abstracta y homogénea, construida desde el Renacimiento en Europa y a una cartografía que procuraba asimismo una racionalidad espacial, constituyendo un instrumento de colonización y desterritorialización del espacio indígena.[5]
El trazado cuadriculado de Lima implantado con su misma fundación (1535) se condecía con un modelo urbanístico, cuyos ejes se enfocaban en la civilización, la vida en policía y la evangelización de los indios. Durante el siglo XVIII este trazado y el modelo urbano que lo sustentaba, habían sufrido profundas transformaciones, desde la mirada de sus autoridades[6]. En su opinión, buena parte de la urbe limeña presentaba un tejido desordenado y caótico, siendo descrita usualmente, como una ciudad insalubre, mientras se juzgaba la conducta de su población en términos de relajación moral. Tanto como las autoridades, los funcionarios y los intelectuales criollos, consideraban que la ciudad se encontraba próxima a la anarquía física, social y moral.
El proyecto urbano borbónico buscó resolver la anarquía física, revalorando la morfología urbana del damero, exaltando los valores de la cuadrícula en tanto expresaba claridad, homogeneidad y permitía el control, la vigilancia y el orden de la vida urbana. Un tejido regular, se asociaba a los ideales de la ciudad ilustrada, como orden y circulación, entendiéndose que las ciudades constituían organismos que debían permitir la circulación de bienes, personas y deshechos urbanos, así como la vigilancia de la población.
De acuerdo a las teorías médicas, provenientes del siglo XVII, se entendía que la circulación y la respiración eran beneficiosas, no sólo para la salud del cuerpo, sino para aspectos tan diversos como la economía, la sociedad y también para la ciudad. Para Sennet, la experiencia de la ciudad moderna se ha basado en las diferentes formas de relación entre la urbe y el individuo, a partir de la circulación.[7] Para Foucault, el problema de la ciudad del siglo XVIII era esencialmente un problema de circulación, en tanto la misma, hasta entonces, se había desarrollado como un enclave, circunscrita físicamente en sus murallas, como una entidad cerrada en términos administrativos y jurídicos, que lo diferenciaban de otras entidades del territorio. El problema consistía en el desenclavamiento espacial, jurídico, administrativo y económico de las ciudades.[8]

Trujillo segun Jaime Martinez de Compañon, fines del siglo XVIII

De acuerdo a esta visión, la respiración y la circulación fueron principios valorados positivamente por intelectuales y autoridades, asociándolos a la salud del cuerpo y de la urbe, siendo incorporados crecientemente a las prácticas urbanas y urbanísticas en Europa y América.[9]
Así, el caos urbano que detectaron las autoridades en Lima, fue entendido como un impedimento para la respiración y la circulación urbanas. A su vez, la expresión de tal caos fue asociado entre otros aspectos, a la deformación del trazado regular y a formas anárquicas del uso del espacio urbano, entendiéndose la capital virreinal peruana como una ciudad atrofiada, insalubre e insegura, que limitaba el desempeño económico y el ejercicio de la autoridad.
¿Bajo qué desempeños, estrategias y actividades se desarrolló el cuestionamiento del orden morfológico cuadriculado colonial? Un primer desempeño estuvo asociado a la construcción de un trazado orgánico o espontáneo, así como la modificación y mutación del trazado cuadriculado. Quiebres y divergencias alrededor del damero de Pizarro podemos encontrase tras la fundación misma de la ciudad. Esta alteración tiene que ver con un temprano reconocimiento de los límites del trazado cuadriculado, al adaptarse e incorporarse elementos nativos: huacas, caminos, acequias, al tejido de la ciudad. Esto podría hablarnos de una doble comprensión de Lima, como una ciudad levantada bajo el modelo de la ciudad renacentista, a la vez que se construía sobre una espacialidad indígena y que se reflejó en el trazado inmediatamente después del damero de Pizarro.
Esta práctica fue recurrente y asimilada por los vecinos posteriormente en Lima y el Callao. Tal es el caso de Bellavista o Nuevo Callao, ciudad construida después del tsunami de 1746 y la destrucción del puerto. Frente a una propuesta de ciudad en damero, siguió un proceso paulatino de reacomodo a la estructura urbana precedente. La cartografía del Callao y Bellavista de Antonio Cañabate (1797), reflejó ese trazado orgánico, espontáneo, opuesto al orden que sus fundadores como Luis Godin y el virrey Manso de Velasco, intentaron plasmar. Ellos redujeron actividades y hombres a los imperativos de la cuadricula, asignando los marineros a Bellavista y los indios pescadores a un sector adyacente, conformado por cuatro manzanas cuadradas. El resultado, pocos años después, fue la vuelta a un tejido orgánico, que se extendía en torno a los caminos que conducían a Lima y, la vuelta de los indios en torno al puerto. Se trataba de la reconstrucción de un tejido y con ello, de la afirmación de un escenario con una enorme tradición de formas de asentamiento, consecuentes con la proximidad al mar.[10]
Además de indios pescadores y población vinculada al mar, otros sectores propusieron formas alternativas a la cuadrícula oficial. Así, podemos citar a la institución eclesiástica, que procuró estrategias de apropiación del espacio, a través de dos formas: 1) “Rectangulizando” el damero, es decir, uniendo manzanas con la finalidad de incrementar la escala de su propiedad, como también su presencia e impacto en el imaginario social. 2) Construyendo plazas al pie de sus iglesias, tipología urbana que Antonio San Cristóbal ha llamado plazuelas o plazas conventuales, espacios de articulación de la iglesia con la urbe. Estos ámbitos si bien es cierto conservaban el trazado cuadriculado, retiraban el volumen construido varios metros del límite de la propiedad, generando una paisaje urbano particular. Se trataba de una fórmula conocida en otras ciudades hispanoamericanas, pero no tan extendidas como en Lima virreinal.[11]
Otros sectores, como la nobleza, estuvieron en constante discusión con las murallas y el rio, alterando la cuadricula y los principios de arquitectura militar con el fin de extender sus propiedades hacia el río a modo de terrazas. Mercaderes y cargadores hicieron lo propio en el Callao antes y después del sismo de 1746. En ambos casos, se interesaron por usufructuar el entorno portuario de acuerdo a sus intereses particulares.
En el barrio de San Lázaro, la plebe discutió el orden que imponía en este caso, los franciscanos a través del referente urbano de la alameda de los Descalzos. En este contexto las casas se localizaron inicialmente en torno a la Iglesia y parroquia de San Lázaro, como en las viejas ciudades medievales europeas. Más tarde se extendieron en el eje este-oeste, paralelo al recorrido del Rímac. El escenario en conjunto distaba mucho del ideal hispano de ciudad. Más se acercaba a un arrabal, cuyo trazado aproximadamente regular alrededor de la iglesia, iba diluyéndose conforme se alejaba de la misma. Buena parte de este denso tejido urbano estaba conformado por callejones y viviendas precarias, hábitat de la plebe, negros y esclavos libertos.
El perímetro ribereño de la ciudad constituyó otro escenario en discusión con el tejido urbano limeño. No obstante las disposiciones por conservar la trama reticular de la ciudad, el proceso de urbanización de este espacio distendió del trazado oficial, a la vez que se desarrollaba un eje de crecimiento urbano paralelo al río, proceso advertido por los viajeros y expedicionarios ilustrados, quienes resaltaron la forma triangular de la planta de la ciudad, donde el lado más extenso correspondía precisamente al frente ribereño. En este entorno el trazado era más bien alargado, amorfo en otros casos, en afán por abarcar el mayor frente posible.
Así, la alteración del trazado regular no fue obra solamente de la plebe, sino también de vecinos, élites y la propia institución eclesiástica. Todos de alguna u otra forma se vieron comprometidos en la subversión del orden físico. Mientras la autoridad local se interesaba por conservar el orden, instituciones religiosas, nobles y plebe en conjunto proponían formas alternativas del orden físico, a través de apertura o eliminación de vías, yuxtaposición de manzanas, construcción de manzanas irregulares, apertura de murallas. Actividades que nos dicen que en conjunto se trataba de construir una ciudad alternativa a los moldes de la normativa urbana, central y real, prácticas que se condicen con la construcción de una sociedad en gestación, donde la discusión y subversión del orden constituía una práctica cotidiana.

Bibliografía
(1) Avance del trabajo del mismo nombre, del libro colectivo Espacio y Poder, México: Universidad Autónoma de Campeche (UAC), , 2009. Coordinadora: Dra. Ivette García.
[1] HILLIER, B. and Vaughan, L. (2007) “The city as one thing”, en: Progress in Planning, 67 (3). pp. 205-230. ISSN 03059006, on line: http://eprints.ucl.ac.uk/3272/; SILVA, Armando. “Imaginarios urbanos en América Latina: archivos”. En: Imaginarios urbanos en América Latina: urbanismos ciudadanos, Barcelona: Fundación Antoni Tapies, 2007, pp. 33-95
[2] Ver al respecto: SENNETT, Richard. La conciencia del ojo, Barcelona: Versal, 1997; Carne y Piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental, Cap. III, Roma, pp. 94-133
[3] Ver los trabajos siguientes: RAMA, Ángel. La ciudad letrada, Hanover (USA): Ediciones del Norte, 1984; ROMERO, José Luis. Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 1999.
[4] Uno de los primeros actos en torno a la ceremonia de fundación de la ciudad colonial hispana estuvo asociado a la construcción de un plano, croquis o cualquier pieza cartográfica que permitía plasmar en el terreno el proyecto urbano propuesto.
[5] PADRON, Ricardo. “Mapping Plus Ultra: Cartography, Space, and Hispanic Modernity”, en: Representations, No. 79 (Summer, 2002), pp. 28-60
[6] Para un desarrollo de los conceptos de exclusión/inclusión y su vinculación con el proceso urbanístico limeño ver: COELLO DE LA ROSA, Alexandre. Espacios de exclusión, espacios de poder. El Cercado de Lima colonial (1568-1606), Lima: IEP: Fondo Editorial PUCP, 2006, pp. 71-122
[7] Por su parte Richard Sennet sostiene que los antecedentes de esta sensibilidad higiénica y su aplicación a las prácticas urbanas, implementadas durante el siglo XVIII, se encuentran en los trabajos de los médicos, especialmente en los estudios de la fisiología en torno a la circulación de la sangre y la respiración. Las teorías de Harvey del siglo XVII, sobre los principios de la circulación sanguínea, produjeron cambios importantes en las formas de entender el cuerpo y la sociedad, principios que fueron tomados tanto por los médicos como por los economistas. Ver: SENNET, Richard. Carne y Piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental, Madrid: Alianza Editorial, 1997, pp. 273-290; DÁVALOS, Marcela. Basura e Ilustración. La limpieza de la Ciudad de México a fines del siglo XVIII, México D.F.: INAH, 1997. Para un estudio entre las prácticas urbanas higienistas y una nueva sensibilidad olfativa, ver: CORBIN, Alain. El perfume o el miasma. El olfato y lo imaginario social, Siglos XVIII-XIX, México D.F: FCE, 2002
[8] FOUCAULT, Michel. Estado y Seguridad, Territorio, Poblacion: Curso en el College de France: 1977-1978, Buenos Aires: Fondo de Cultura Economica, 2006, pp. 28-29.
[9] Diversas ciudades adoptaron esta morfología durante el siglo XVIII, como parte de procesos de modernización propiciadas por sus autoridades: San Petersburgo, Nápoles, Lisboa y en España, además de San Idelfonso, las Nuevas Poblaciones iniciadas con Pablo de Olavide.
[10] SAENZ MORI, Isaac. “La urbe y el mar. Caletas y puertos en Lima durante el siglo XVIII”. En: Derroteros de la Mar del Sur, Año 13, Nº 13, Lima, 2005
[11] Ver al respecto: SAN CRISTÓBAL, Antonio. Lima: estudios de la arquitectura virreinal, Lima: Epígrafe Editores, 1992.